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¿La carne que comemos tiene hormonas?

Uno de los mitos más extendidos es que la carne que comemos está llena de «antibióticos» y de hormonas. La realidad es que esto no es verdad, ya que la alimentación y la medicación de los animales destinados a consumo humano está estrictamente regulada en la Unión Europea y la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria), llevándose a cabo controles de manera periódica y publicándose informes con los resultados.

En el último informe publicado en junio de 2018, los niveles de antibióticos que se encontraron en la carne fueron solamente del 0,31%, lo que significa que apenas hay casos en los que la carne destinada al consumo humano presente trazas de antibióticos superiores a los límites fijados, que además son más bajos de lo que se considera seguro.

En cuanto a las hormonas, tampoco es cierto. Es cierto que el suministro de hormonas para favorecer el crecimiento del ganado o para que las vacas produjeran más leche y de esta forma obtener más beneficios fue una práctica bastante habitual durante unos años. Su uso irresponsable y prolongado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX ocasionó ciertos problemas de salud que han quedado grabados en el subconsciente colectivo.

Este tipo de hormonas se usaban para favorecer el desarrollo de los músculos y evitar la acumulación de grasa. Dado que es necesario más pienso para producir la misma cantidad de grasa que de músculo, si el animal tiende a formar más músculo que grasa, necesita menos pienso para conseguir llegar al peso que se requiere para su sacrificio. Con lo cual, estas hormonas le ayudaban a consumir menos pienso y a reducir el gasto del ganadero, aumentando la productividad.

Un informe llevado a cabo por Comité Científico de Medidas Veterinarias relativas a la Salud Pública, la Agencia Europa de Seguridad Alimentaria (EFSA), ya determinó en la década de los 90 que el uso de hormonas suponía un gran riesgo para la salud humana debido a sus posibles efectos cancerígenos, por lo que la UE lo prohibió en la directiva 96/22/CE. Solamente están permitidos para fines terapéuticos y zootécnicos y siempre bajo un estricto control veterinario, pero no para aumentar el crecimiento o la producción de leche más rápido.

Pero, ¿se está cumpliendo con esta legislación? Lo cierto es que por el momento parece que sí, ya que la misma EFSA realiza análisis cada cierto tiempo en cientos de muestras de animales de diferentes productos ganaderos procedentes de la UE para buscar no solamente hormonas, sino también antibióticos y otras sustancias prohibidas que pueden ser perjudiciales para la salud de la población.

En el último análisis publicado en 2018, de un total de 86.575 muestras recogidas, únicamente hubo 96 que no se adecuaban a la normativa, es decir, un 0,11%. Con lo cual, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la carne que comemos en Europa no tiene hormonas.

Y, aunque muchas personas creen que el agua que suelta al cocinarse se debe a las hormonas, lo cierto es que no tiene nada que ver. El hecho de que los filetes suelten agua en la sartén está relacionado con la especie, la raza, la edad del animal, su composición, el trato que se ha dado al animal durante el sacrificio, por un manejo inadecuado de la misma durante la cadena de producción o, incluso, por el método de preparación y cocción. Pero además, hay que tener en cuenta el componente mayoritario de la carne es el agua, que se encuentra en una proporción aproximada del 75%.

En cualquier caso, debes saber que no existe carne 100% libres de hormonas, ya que el propio ganado produce hormonas y estas aparecen en la carne en un pequeña cantidad, sin importar la manera en la que se haya criado el animal. Incluso la carne ecológica posee 1,5 nanogramos de estrógeno, siendo lo habitual en una carne convencional 2,2 nanogramos. Una minucia si lo comparamos con los 192.000 – 1.192.000 nanogramos que produce el cuerpo de la mujer. Para que te hagas una idea; una persona tendría que comerse 3 millones de hamburguesas de ternera a la que se han administrado hormonas para estar expuesta a la misma cantidad de estrógenos que produce una mujer.

Tienes que tener en cuenta además que para el engorde del ganado se usan hormonas sexuales sintéticas que imitan a las que el animal produce de manera natural. De hecho, las únicas hormonas que se usan hoy en día son las sexuales y estas no suponen ningún problema para la salud, ya que la cantidad de residuos que podemos ingerir al consumir carne de animales tratados es muy pequeña como para que pueda resultar perjudicial para nuestra salud.

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